A STORY CALLED VIOLET



Por extraño que parezca, una sensación de libertad abarcaba cada centímetro de mi cuerpo. Podía experimentar de nuevo la fluidez y frescor del aire rozando mi tez. Esa noche, la gravedad no obstaculizo a mi alma. Siendo consciente de que nuestra historia seria eterna… salté.
De nuevo, el mismo lugar de siempre, la misma gente de siempre y sus mismos intereses. Todo a mi alrededor me aburre, pero ¿Qué remedio?
- Póngame un café cortado con sacarina, por favor.
- Eso está hecho. Me contestó el camarero con desgana dada la hora.
Diez minutos después, allí estaba, sentado en la barra del Astoria, tomándome el elixir que impulsaría mis ánimos de trabajar. No es que pueda quejarme, a mis veintiún años tengo el sueldo fijo que muchos quisieran en los tiempos que corren. Aunque claro esta, no todo el mundo es hijo del jefe de una tienda tan importante como es UGL. Bueno apartando mi enchufismo consentido, tenía que estar en mi puesto de trabajo y aún me quedaba medio café.
Como si los grados no abrasasen mi garganta, tragué el café a prisa y corrí como alma que lleva el diablo.
- ¡Bueno días Carmen!, parece que la lluvia ha dado una tregua ¿eh?
- Si hijo, ya era hora, ¡no pienso recoger más agua ni pisotones!
-No sea tan rebelde señora, si no fuera por usted, ¡qué sería de nosotros!
-Cuanta razón lleva.- Dijo entre risas irónicas.
Carmen es una empleada del negocio familiar. ¿Su función? Es como mi madre en la oficina, se encarga de casi todo, portadora de cafés, limpia suelos, recepcionista, consejera…aunque nunca se lo diga, su esfuerzo no está bien recompensado, a su edad debería estar descansando y llevando la vida contemplativa que tanto repudia. El olor a jazmín delataba estar cerca de mi oficina. Es acogedora, por no decir pequeña, si tenemos en cuenta las dos plantas que conforman la tienda.No oí a nadie más en la planta, por lo que mi padre estaría reunido.
-No se preocupe, tendrá el cargamento antes de la fecha, sin duda.
-Eso espero, confío en usted y en su empresa.
No me había equivocado, las tempranas reuniones eran muy habituales en el señor Íñigo, mi querido padre.
-¡Carlos! Hijo, ¡qué sorpresa! No te esperaba por aquí. Pensaba que esas novelas que lees, esas historietas inútiles, te habían sorbido el seso.
-Padre, no deberías dudar de mi profesionalidad, puedo ser tan trabajador como tú.
-Bueno, bueno, menos vagar por las nubes y más trabajar. Hoy necesito que te encargues de dos tareas, que algo tendrás que hacer.
-Las haré encantado.
-Haz la que quieras primero; tienes que ir al almacén que está frente a la comisaría y también a la casa de Don Enrique, en la calle América número veintiuno, a cobrar una venta. En los dos lugares con decir que vas de mi parte te lo darán todo hecho. Y cuidado con ponerme en evidencia delante de Don Enrique, le he hablado muy bien de ti a pesar de todo. -¿Alguna pregunta?
- No padre, todo claro. Tardaré lo menos posible.
Lo que si estaba claro es que mi padre era un hombre muy recto y respetuoso, aunque a veces las palabras irónicas conformasen su elenco favorito.
De nuevo en la calle, mi “Seita” me esperaba con la COPE como banda sonora. “Nueva redada de violetas en el sur de la ciudad”. No es que fuese mi emisora preferida, pero tampoco había mucho donde elegir.
La carretera en dirección al almacén era la más cercana, por lo que se convirtió en el objetivo número uno. Odiaba el trato que ofrecían los señores del almacén. Al lado de ellos me sentía pueril, disminuido. Una vez pasado el trago amargo número uno, y con la carga en el maletero, me encaminé rumbo hacia el número dos.
Seguramente Don Enrique sería otro de los clientes estirados y bruscos que frecuentan la tienda, aunque la esperanza es lo último que se pierde según dice mi madre.
Bien, ya estoy aquí, frente a la gran puerta blanca del señor Enrique. Analizando rápidamente su terraza, su jardín y su barrio podría aventurarme a pensar que no es pobre precisamente.
(Toc! Toc!!)
- En seguida abro, un segundo.
- Hola, buenos días, vengo de parte de Don Íñigo, mi padre.
- ¡Ah! sí, por favor, pase. Me indicó el mayordomo. Por aquí pase, pase.
- Gracias- Dije adentrándome en un amplio y ostentoso salón.
- ¿Carlos? ¿Es el hijo de Don Íñigo, no?
- Sí señor, el mismo. Dije sonriendo.
- Pase, por favor, y acomódese.
Al pasar la vista superficialmente por la sala divisé algo que me llamó mucho la atención. Era un tablero de ajedrez de cristal. Me pareció hermoso.
- ¿Quiere algo para tomar? ¿Whisky?
- No gracias, no bebo.
- Veo que mi ajedrez le ha impresionado. Es herencia familiar, y la verdad soy el mejor a la hora de un buen jaque.
- Sí, es precioso. Yo de pequeño aprendí con mi padre a jugar.
- Pues si no le importa, ¿le puedo tutear?- Asentí.- Si no te importa vamos a echar una partida. Los días de soledad me están matando de aburrimiento.
Para cuando me quise dar cuenta, las figuras bailaban al compás del vals de fondo, impulsadas por nuestros brazos titiriteros.
La casa de Don Enrique no denotaba lo que comúnmente se llama alegría, pero tenía algo que la hacía acogedora. Tras un combate intelectual trepidante, resumí mi objetivo allí y me dispuse a volver a UGL. Ya en la puerta, Don Enrique me invitó al día siguiente para jugar de nuevo. Lo que yo no sabía era que esa casa provocaba tal magnetismo en mí, que fui durante todo un mes. En el transcurso de estos momentos de ocio desmedido, Don Enrique me mostró un poco de sus recuerdos, de su alma. Viudo, de 54 años, vivía con su hijo único llamado Christian, del que no dejaba de hablar positivamente y que actualmente se encontraba de viaje. Por fotos, pude comprobar que se trataba de un joven apuesto y con garbo.
Las horas transcurrían veloces, sin percatarme, estaba ya en el salón de mi casa, tomando la cena con mis padres.
-¡Hijo! ¡Me agrada mucho que tu relación con Don Enrique sea tan sobresaliente! Nunca lo hubiese imaginado.
-Pues ya lo ves, tampoco es que seamos íntimos amigos, a mí también me ha sorprendido, no esperaba pasar tanto tiempo con uno de tus clientes.
-Cliente que hoy en día ha incrementado sus compras un diez por ciento, ¡algo bueno tendrías que tener!- Entre risas burlescas.Yo, me dediqué a nutrirme del pollo asado que mi madre había preparado, sin más preámbulos.
Un Renault 4 custodiaba la entrada de la casa de Don Enrique. El maletero estaba abierto y unas maletas asomaban sin quererlo.Me adentré sin mucho misterio a través de la verja. Percate algo nuevo en el aire, hoy mas despejado que de costumbre, presentaba aromas de lirios y jazmines de forma inusual.
-Deberías tener cuidado por donde pisas. Me advirtió una voz varonil con tintes juveniles.Mire al suelo y un gran excremento se había adherido a la suela de mis zapatos.
-¡Joder! gracias por avisarme, ¡Don Enrique me hubiese matado! dije entre tímidas risas.
Al girar la vista hacia atrás, observé un rostro que me resultó tremendamente familiar. El tiempo pareció detenerse mientras pensaba y buscaba en mi memoria dónde le había visto.
-No creo que llegase a tanto.- Dijo el joven riendo.
-Hola, soy Christian, el hijo de Enrique. Mi padre me ha hablado muchísimo de ti, eres Carlos ¿verdad?
-En efecto, pero ¿tú no estabas de viaje?
-Bueno, si consideramos que los viajes no son eternos, caerás en la cuenta de que he vuelto. Dijo gesticulando una mueca irónica.
Si no hubiese sido porque entró en la casa a soltar el equipaje, me hubiese quedado, sin tiempo exacto, clavado de sus enigmáticos ojos.
No podía decir que la primera impresión de Christian me hubiese resultado buenísima, por un lado me había encandilado con su aparente belleza, por otro, su tono, en general, no me resultaba demasiado agradable.
-Hola Don Enrique. ¿Cómo se encuentra hoy?
-¡Carlos! pues imagínate, tengo bajo mi techo a mi amigo y a mi hijo, ¿Qué más puedo pedir?
Mostré toda mi fila de dientes, en una sonrisa casi forzada. No me sentía igual de cómodo en la casa con su hijo al que no conocía de nada, frente a mí.
Miradas fortuitas, sus pupilas y mis pupilas se enfrentaban en duelos fugaces. La partida de ajedrez continuaba pero los encuentros visuales con Christian se hacían irresistibles. No sé qué miraba en mí y, a decir verdad, yo sí era consciente de lo que miraba de él. Sentado en el sillón, detrás de Don Enrique, me infundía una imagen casi celestial. La luz que se filtraba por el gran ventanal realizaba unos efectos hipnóticos en mi visión. Me resultaba del todo ofensivo estar mirándole tan intermitentemente, como si no pudiese dejar de hacerlo. Los reflejos dorados que irradiaban de su cabeza, hacían destacar el ámbar de sus ojos. Su boca, entreabierta, estaba dotada de un rojo carmín que incitaba a….
- ¡Carlos!, hombre estate pendiente de la jugada, ¡voy ganando por primera vez en muchos días!
- Perdóneme Don Enrique, no me encuentro muy bien. Será mejor que me vaya.
- ¿Ya?, bueno si te sientes mal será mejor que te lleve mi hijo a tu casa ¿no?
- No, muchas gracias. Solo es mal cuerpo.
- Bueno, como quieras, te espero mañana ¿no?
Mi cabeza asentía denotando la inseguridad que se apiadaba de mi voluntad.
Debido al trabajo, las visitas a Don Enrique cesaron, mi padre me ocupaba de tareas con poco descanso, como yo le había pedido.
Como era de esperar, las palabras “tienes que llevar esta mercancía a Don Enrique” resonaron por cada rincón de la oficina. Así que, sin meditarlo demasiado, lo hice.
Don Enrique me recibió con muchísima alegría y desparpajo. No podía negar que yo también me alegraba muchísimo de verle.Pero en mi cabeza había surgido una luz inquietante que desembocó en mis labios.
- ¿Se ha marchado su hijo, Don Enrique?
- Sí, salio hará una hora, debe de estar al llegar.
Dicho y hecho, se oyó cómo una llave dejaba pasar lo que parecía ser más de una persona.
-Ya estoy aquí. ¡Ah! hola Carlos, cuánto tiempo. Dijo Christian con voz ilusionada.
-Te presento a mi novia, Lucía.
Salió de entre la penumbra del pasillo una mujer joven, de largos cabellos rojizos y esbelta figura. Era lo que sin desearlo había estado esperando. Como era normal, alguien como Christian, no podía estar solo. Y mis esquemas y suposiciones de soñador bohemio, se deshacían como arena en las aguas del mar. A veces, la resignación es la mejor opción para gente como yo.
- ¿Verdad que hacen buena pareja, Carlos? dijo Don Enrique.
- Pues sí, la verdad es que sí, hacéis una pareja muy bella.
En un ambiente diluido por pensamientos efervescentes, bromeábamos y supuestamente nos divertíamos.
- Bueno, ¿qué os parece si mañana al alba nos reunimos cerca del río?
-¿Para qué?- Dije extrañado.
-¡Pues para qué va a ser!, una jornada de pesca.
- Lucía no vendrá, no aguantaría todo ese tiempo sin hacer nada, se aburriría. Además no sé cómo le sentaría manchar su ropa nueva.
- Cierto es, ¡cómo me conoces, querido!
De nuevo, y sin percatarme absolutamente de nada, había aceptado. Una situación, difícil y a la vez mágica para mí, se daría dentro de horas. Solo podía esperar.
Esa noche, de camino a casa, acaricié el acelerador suavemente, sin prisa, detenido en múltiples pensamientos. Las sombras que esa noche habitaban en mi dormitorio, no dejaban en mí más que un rastro de la preocupación que se había instalado en mi cabeza desde hacía ya un tiempo.
El trino de los gorriones cerca de la ventana y la bocina de algún automóvil, me hicieron abrir los ojos….
- ¡No!, ¿Qué hora es? ¡Llego tarde!.Y efectivamente el sueño profundo me hizo inmune al sonido del despertador, y llevaba el tiempo pegado a los talones.
Tras un desayuno escaso y poco contundente, me monté en el coche y sin pensar demasiado en nada, me encaminé hacia el río.
El sol brillaba ese día como lo había hecho pocas veces en ese mes. El camino al río, a pesar de toda la tensión de la tardanza, me proporcionó la paz y la tranquilidad que necesitaba. Pequeños y grandes rayos de luz, se filtraban entre la maraña ordenada de árboles verdes de distintas tonalidades. El suelo dejó de ser negruzco para convertirse en marrón. En escaso tiempo había dejado atrás el agobiante mundo de la urbe para entrar en el locus amoenus de mis novelas preferidas.
Cerca del lugar de quedada, abrí la puerta del automóvil e inspiré profundamente el aire limpio de la zona. A escasos diez metros se encontraban Enrique y Christian. Sin titubear, avancé hacia ellos.
- ¡Hombre, por fin! ¿Se te pegaron las sabanas, Carlitos? .Dijo Christian con una alegría casi inhóspita.
- No he dormido bien esta noche, y bueno, no escuché el despertador. Pero estoy aquí, que es lo importante ,¿no?
- Claro que sí, hijo. Dijo Don Enrique. -Pongámonos manos a la obra, estoy ya deseando coger el almuerzo de hoy.-
El agua se deslizaba con calma por las rocas y la arena del fondo. Sentados en la vereda del río, esperamos a que algún pez se dignase a caer en nuestro anzuelo. Se daba la situación ideal para dejarse embelesar por las cálidas y acogedoras manos de Morfeo, pero yo no podía estar tranquilo, mis ojos no estaban tranquilos si no fijaban su objetivo en Christian. Estaba sentado al otro lado de Enrique, pero kilómetros de frialdad nos separaban. Él, raramente, me dirigía la palabra y yo… yo me resigno a aparentar.
Era algo verdaderamente inquietante, no me cansaba de observarle, sus gestos, sus movimientos, su boca al hablar…
  • ¡Carlos! ¡Espabila!.Sí, esas palabras salieron de su boca.
  • ¿Qué? ¿qué?, me has asustado. ¿Ha picado?
  • No, no ha caído esa breva. ¿Vienes a dar un paseo? Seguro que no has visto bien la belleza de la zona.
  • No estaría mal. ¿Usted nos acompaña Don Enrique?
  • No, no te preocupes, ¡estoy seguro de que están a punto de picar!. Dijo entre risas.
Sin aún creerme que estuviésemos a solas, caminaba entre la maleza, hasta que al fin salimos a un leve camino de albero junto al río. El lugar era más que bello, incitaba a soñar.
  • Carlos, el motivo del paseo no es ver el paisaje, como habrás podido deducir.
  • ¡Ah! ¿no? El motor de mi cuerpo no cesaba de bombardear sangre velozmente.
  • No, la cosa es que quiero preguntarte algo.
  • ¿Qué?. Pregunté temeroso.
  • ¿Por qué me miras sin cesar? He notado tu mirada en muchas ocasiones, y la verdad, me incomoda bastante.
La pregunta de Christian me dejó totalmente confundido y avergonzado.
  • ¿Me puedes contestar? ¿o seguirás mudo?
  • No sé de qué hablas, Christian. Estás exagerando. Te miro como cualquier persona podría hacerlo.
  • Créeme, no estoy loco. Tus ojos no se separan de mí en todo momento y quiero que ahora mismo me des una explicación.- Dijo con tono indignado.
Yo, como felino acorralado, saqué mis uñas como mejor pude.
  • Christian, te lo diré una vez y no más, no eres el centro del mundo ¿te crees más que nadie? ¿crees que perdería todo mi tiempo en mirarte?
Con este vómito de palabras, no me apetecía otra cosa más en el mundo que girarme e irme. Y así lo hice. Me volví y comencé una marcha atrás a pasos agigantados. Sin saber por qué, ni cómo, ni si era verdad o un sueño más de los que me visitaban cada noche, sentí la mano de Christian aferrándose a mi brazo y haciéndome girar. El sol frente a nosotros fue testigo de un enlace de miradas a menos de cinco pulgadas. Sus ojos ámbar parecían mezclarse con los míos, la compenetración de nuestros latidos se hizo patente cuando sus carnosos labios tocaron mi boca. Una explosión de sentimientos impregnaba el aire en una unión que ,por unos segundos, parecía no poder ser disuelta ni por la mismísima muerte.
Sin esperarlo, Christian separó sus labios de los míos y corrió hacia el lugar de partida. Yo, solo observe como se perdía entre los troncos de los árboles. Una lluvia de ideas pesimistas y auguradoras de malos presagios me hizo sentarme en ese mismo lugar, incapaz de reaccionar.
¿Qué pasaría ahora? ¿Qué significaba ese beso? ¿Don Enrique? ¿Que pensaría mi padre si lo supiese?
Cuando volví, comprobé que no había ya nadie allí, se habían marchado, ¿Qué habría dicho Christian a Don Enrique? No podía negar que el miedo poseyó todo mi cuerpo.
La vuelta a casa no tuvo nada que ver en comparación con la ida, no podía ni quería sacar la culpabilidad de mis entrañas. A la llegada a casa, no solo me sentía mal, sino que además me avergonzaba incluso de mirar los ojos de mis padres. La basura parecía estar más orgullosa que yo de su existencia. Solo deseaba dormir y hacer como si todo hubiese sido una simple pesadilla. Jamás probé placer más doloroso.
A la mañana siguiente, con la culpabilidad aún en mis labios y el miedo en mi cuerpo, afronté la jornada como buenamente pude.
Así, fueron pasando los días, la semana. Sin noticias de Don Enrique, de Christian, de Lucía…Como deseé, todo pareció ser un tormento nocturno.
  • Un café cortado con sacarina.
  • ¡Marchando!. Dijo el camarero llenándose la boca de satisfacción.
Parecía que todos encontraban la felicidad en lo que hacían, yo, sin embargo, sentía mi alma maldita. Ese día llegué a mi oficina más temprano que nunca. Mi padre todavía no había llegado.
  • ¡Buenos días Carlitos! ¡qué puntualidad! ¿no?, ¿a que se debe, joven?. Me preguntó atentamente Carmen.
  • Pues ya lo ve, me estoy aplicando en el trabajo cada vez más.
  • Permíteme que indague donde no me llaman, pero le veo algo triste o preocupado.
  • No, Carmen, no se preocupe, estoy mejor que nunca.Con una sonrisa propia del “Pequeño Ruiseñor”.
  • Bueno… Si usted lo dice, será así. Pero ya sabe que estoy por aquí si necesita de mi ayuda.
No tenía nada que hacer allí, pero al menos no estaba en la cama. Me dediqué a observar por la ventana a la gente pasar.De repente, sentí que alguien se acercaba a la oficina, me senté en mi silla y esperé expectante. De nuevo era Carmen, ¿qué querría ahora?
  • Carlos, a usted no suelen llegarle cartas aquí, por lo que entiendo que no haya ido a recoger esta carta que le llegó hace días. Espero que le anime un poco.
¿Una carta? No podía estar más entusiasmado a la vez que temeroso. La dualidad de sentimientos adversos se habían hecho parte de mí. Aunque no pudiese creerlo y aunque me aterrase, era una carta de Christian para mí. Nada me inquietaba más que el contenido de la misma.
<< Para Carlos,
No sé si debo escribirte esta carta, ni cómo la afrontarás, ni siquiera sé por qué lo hago, pero intentaré hacerlo lo mejor posible.
No has vuelto a aparecer por mi casa. Mi padre está muy preocupado por ti, por si te encuentras bien, y le aturde la pregunta de por qué no apareces. No me parece justo por tu parte renegar de su amistad, y más aun en el estado en que se encuentra. Escribo esta carta frente a su cama, donde se haya postrado desde hace varias semanas. El doctor le ha diagnosticado Cáncer. Y su llama se apaga por minutos.
En estos momentos, Lucía está con su familia, me siento solo, vacío y con mucho miedo.
Tú, que has sido un gran amigo para nosotros, deberías estar aquí, sé que tu presencia le ayudaría mucho. Aunque la relación no haya sido perfecta, mi padre te necesita. Espero no ocasionarte ninguna molestia.

P.D.: respecto al río, ese día está olvidado, nadie sabe nada.
Atentamente, Christian. >>
La carta de Christian había despertado en mí la necesidad de perderme entre suposiciones y conjeturas. Pero entre toda aquella marabunta de sueños y miedos, debía ir con Don Enrique, me necesitaba.
Pasaron unas horas, entretenido en las tareas diarias de asearme, comer algo y demás cosas que me ayudaban a sobrevivir.
En no mucho tiempo llegué a la casa del terror, no había ningún elemento que le adjudicase ese adjetivo, pero así lo sentía.
  • ¡Bienvenido Carlos!, ¡al fin apareces! . Se escuchó al abrir la puerta.
  • Sí… Mi boca no se dignó a pronunciar ninguna otra palabra.
  • Mi padre está en su dormitorio, en la cama.
Ambos nos encaminamos entre pasillos a la habitación, sin mucha prisa. Christian me indicó el lugar exacto, asentí con mi cabeza y me encaminé decidido a girar el pomo, cuando de nuevo, sentí que la mano de Christian me impedía seguir. El corazón me latía tan veloz que casi no podía pensar.
  • Espera Carlos, por favor.
  • ¿Qué? ¿Qué pasa?
El aire se hizo denso, la sangre corría por todas mis venas en una carrera trepidante. Suavemente, el rostro de Christian se acercó a mí de tal manera que podía sentir su cálido aliento. Y como aquel hombre que tropezó reiteradamente con la misma piedra, Christian unió de nuevo nuestros labios, haciendo realidad la mayoría de mis sueños prohibidos.
Por momentos, experimenté la felicidad plena, blanca, pura. Solo con él eran posibles esas emociones. Mediante un impulso, Christian introdujo nuestros cuerpos en una sala de estar, al lado del cuarto de Don Enrique.
En un comienzo, los besos sabían a culpabilidad y pavor, luego, solo a amor y ternura. No necesitábamos sillas, ni divanes, ni comida, ni aire. En ese momento teníamos todo lo que necesitábamos en el mundo. Los botones, de las camisas de ambos, fueron destapando la pasión que durante un largo tiempo habíamos estado ocultando, mientras el tiempo pasaba y los lugares de encuentro cambiaban.
Entrelazados, mezclados, compenetrados, asfixiados, extenuados, sofocados, enamorados.
Un carrusel de euforia se había apiadado de mi alma desde el amanecer hasta el ocaso. Todos los días, en una constante y relativa felicidad. Pero lo bueno no suele venir solo. Y mientras yo disfrutaba del amor que Christian me otorgaba, Don Enrique se apagaba y los miedos inundaban mis sentimientos.
  • ¡Carlos!, ¡hijo! ¿sabes algo de Don Enrique? ¿Cómo sigue?
  • Pues muy mal padre, esta tarde iré a verle.
  • ¿Esta tarde?, según ha llegado a mis oídos, está casi agonizando desde ayer por la noche.
  • ¿¡Qué!?.
  • Eso me han dicho, sé que es tu amigo y también me debe algo de dinero, ve ahora, antes de que sea demasiado tarde y zanja mi cuenta.
Mi padre, sin sentimientos aparentes.¿Qué haría si se enterase de que a quien amo es el hijo de su cliente?, mejor ni saberlo. Me apresuré todo lo que me fue posible.
  • ¡Christian! ¿Cómo está ? A la preocupación inicial se sumaban los ojos rojos de mi amado.
  • Carlos… Siento no haber ido a avisártelo cuando pasó, pero… mi padre ha muerto.
Estas últimas palabras no solo hicieron derrumbarse a ese hijo que ahora solo me tenía a mí, sino que me dejaron el corazón congelado y, arriba, encefalograma plano.
Christian me agarró con fuerza, me introdujo dentro de la casa y tras cerrar la puerta, se aferró a mí en un abrazo cual clavo ardiendo. En la casa, algunos amigos de Don Enrique se habían reunido para velarle.
-¿Quiere algo para tomar? ¿Whisky?
-No, gracias, no bebo.
-Veo que mi ajedrez te ha impresionado. Es herencia familiar, y la verdad, soy el mejor a la hora de un buen jaque.”
Podía recordar su rostro, aquella primera vez que le vi, aquellas partidas de ajedrez, su amabilidad, el día en el río… Tenía tanto que agradecerle, tanto, que esperaba que desde aquel lugar donde nos conocimos pudiese oír una sola palabra, gracias.
Sentía tal tristeza en mi seno que no prestaba atención ni a las horas que pasaban. Esa noche la pasé con Christian, ahora más que nunca me necesitaba, y en ese momento mi padre, la gente, me daban igual.
Tras una noche sin precedentes, con pesadillas e insomnio, despertaba abrazado a mi amor. Aquellos sentimientos enfrentados hacían acto de presencia con más fuerza que nunca. La luz que se filtraba de la vidriera, me desvelaba el mismo ser onírico al que vi hacía un tiempo trás Don Enrique. El dolor no hacía mella en su belleza.
Rompiendo la magia del momento, sobre todo por el funeral inminente, desperté a Christian mediante besos. Sobresaltado, se incorporó de entre las sábanas.
  • ¡Carlos!, era una pesadilla, ha sido terrible....
  • No te preocupes cariño, estoy aquí, contigo, nada malo puede pasarte.
  • Soñaba que morías, no podía soportarlo más.
Y realmente el sueño lo había aterrado, sus rasgos faciales desencajados lo mostraban.
- Sé que todo esto es algo que no está bien, pero siéndote sincero no hay nada que haya deseado más que amarte. No sé cómo habría sobrevivido a este gran dolor si no estuvieses tú. Y te digo todo esto porque quiero que seas consciente de que aunque nunca podamos ser algo más que buenos amigos a los ojos de los demás, yo te quiero, eres el ser más bello que ha pasado por mi vida.
No podía decir nada, ni pensar nada. El corazón se apiadó de todo mi cuerpo, y reunió todas mis emociones en un beso, para mí, eterno.
Parecía que el amor matutino hacia obviar la tristeza que sentíamos, pero debíamos prepararnos, en menos de media hora se celebraría el entierro.
El frío cielo encapotado hacía la escena en aquel cementerio entre bosques aún más melancólica y triste de lo que ya lo era. Estaban todos, desde mi padre y mi madre, hasta los familiares lejanos de Christian. Don Enrique había sido un hombre muy querido.
Los cuerpos deshidratados por el llanto, se iban alejando ya de la tumba lentamente. Aun doliéndome, no podía estar cerca de Christian, no podía dejar que sospechasen. Aunque las miradas eran incontrolables.
Con un gesto en su cabeza, mi amor, me indicó el retorno a casa. Dejé que se adelantase entre los árboles un poco y le seguí desde la distancia.
No podía dejar de mirarle, de pensar en todas sus bellas palabras, en todo lo que en pocas semanas me había otorgado. Era feliz a su lado. Sobre todo al recordar ese “te qui…”.
(Se oye un disparo).
Aturdido, miré entre los árboles, rápidamente, un coche negro huyó veloz. Mi nerviosismo se activó en menos de un segundo. De nuevo el aire se hizo denso, mis ojos se desorbitaron, mis rodillas tocaron derrumbadas la tierra, un alarido emergió de mi garganta y desgarró cada mota de felicidad.
El cuerpo de quien más amaba, se desplomaba a unos metros de mí…
Apreté mis uña contra la arena, me aferré a la nada y me hundí en lo mas profundo de la desolación. La gente se amontonó a su alrededor, intentando comprender. Yo, sin acercarme, me resigné a controlar mi terrible amargura. Sin oír, sin ver, sin sentir.
Mi cama parecía el único lugar donde podía estar, el aire me quemaba y el sueño, mi único antibiótico. Solo en casa, la noche que se aproximaba no auguraba nada, solo vacío.
  • ¡Carlitos! ¡cariño despierta! ¡venga, arriba!- Abrí sutilmente los ojos cegado por la luz.
  • ¿Quién eres? ¿Qué quieres?
  • Soy Carmen, Carlos incorpórate, es muy importante lo que debo decirte. Estás en peligro.
La palabra peligro no producía en mí el más mínimo aspaviento, ya nada me importaba. Una vez que me senté en mi cama, Carmen procedió a su explicación.
  • Perdóname por despertarte así, y sobre todo por colarme en tu casa con las llaves de tu padre, pero si lo he hecho es porque estás en peligro y no te lo mereces. te lo explico todo, presta atención.
Antier llegó a oídos de todos nosotros, en la tienda, la noticia de la muerte de Don Enrique. Hasta ahí todo normal, tras ello tu padre fue a su casa y a su llegada oí algo que no hubiese debido escuchar, porque me pone en peligro a mí también. Tu padre llegó con la tez blanca y furioso. Mientras se introducía en su despacho llamó a Oliver, un ayudante, al que ordenó matarte.
No podía creerlo, mi padre nos había descubierto y no éramos ni conscientes de ello. Mató a Christian…El odio congeló mi alma. Por un fallo, mataron al amor de mi vida en vez de a mí. Maldita bala, maldito dedo, maldita puntería.Carmen no sabía que la orden se había llevado a cabo ya, aunque hubiesen fallado.
  • Estoy muy nerviosa hijo, escuché eso, era una orden y estoy segura de que se cumplirá.
  • Pero, ¿sabes por qué lo hizo? ¿cualquier detalle más?
  • No dijo motivos, pero hay que tener algo en cuenta que quizás no sepas. ¿Conoces el negocio de tu padre más allá de tus encargos? .No es el suministro local e inocente de balas y recambios, sino que además es la principal fuente armamentística del caudillo. Franco es su jefe, por decirlo de algún modo, si has hecho algo que vaya en contra de él o de sus ideales, o contra la empresa…
De nuevo, no podía creerlo, no esperaba en mi padre una mente roja, pero ser la mano derecha azul… Ahora lo comprendía todo. No podía tener un hijo como yo, era una deshonra, una vergüenza, algo intolerable….Los sentimientos habían desaparecido en mi padre por completo, ahora estaba seguro.
  • Carlos, sea como sea, debes estar alerta, debes irte de aquí, esconderte en algún lugar.
  • ¿Cómo? ¿dónde voy? no sé qué hacer.
  • Corre, vístete y vete, donde nadie te pueda…- Se oyó un estruendo abajo.
  • ¡Carlos! ¿Qué es ese ruido?.
  • ¡Carmen, vete! Ha sido la puerta ¡la han forzado!
  • A mí no me harán nada, soy “la mano derecha” de tu padre, tú huye, les intentaré entretener.
El miedo de nuevo regresó a mí, y con un ataque de nervios, huí a través de la ventana, me deslicé entre las marañas de enredaderas de la fachada hasta el suelo. Cogí el coche aterrorizado y pise el acelerador. El corazón me guiaba a la casa donde nació y murió mi felicidad.
En un gran trecho el coche negro que observé en el funeral me seguía. Llegué a la casa y abrí con la llave de repuesto de Christian. Al entrar, la atmosfera, con el olor aún a lirios y jazmines, hacía que Christian estuviese a mi lado, presente junto a mi alma. Caminé despacio por los pasillos que fueron testigos de nuestro amor.
Subí las escaleras y escuché cómo de una patada abrieron la puerta principal. Ese hecho no rompió el ambiente lento, calmado, lleno de amor y paz creado por mi corazón. Pensando en Christian, en nuestro amor, sintiendo cómo la piel se estremecía, ante el recuerdo de sus besos, haciendo mía cada palabra que me regaló.
Cada vez estaba más acorralado, la puerta de la azotea era mi única salida, corrí por primera vez en esa casa y la atravesé.
En una época en la que no habíamos elegido vivir, donde el amor se guiaba por patrones y reglas establecidas por personas sin escrúpulos, nosotros habíamos hecho de amar y de la libertad nuestra bandera.
“…Porque nada se compara con tu amor…”
Miles de imágenes pasaron por mi cabeza, todos los momentos, las miradas, los besos, las caricias, nuestros amaneceres, nuestra vida completa en tán poco tiempo.
Los secuaces del dictador habían tomado posesión del lugar, podía escuchar los gatillos accionándose, sus alientos llenos de miedos e inseguridades mezclándose con el aire.
Yo, al borde del edificio, al borde del precipicio, como otras veces lo había estado, pero esta vez, siendo el último momento, lucharé por nuestro amor. Porque aquí o allí, ahora o cien años después, te querré, Christian.
Por extraño que parezca, una sensación de libertad abarcaba cada centímetro de mi cuerpo. Podía experimentar de nuevo la fluidez y el frescor del aire rozando mi tez. Esa noche la gravedad no obstaculizó a mi alma. Siendo consciente de que nuestra historia sería eterna… salté.

                                                                                                                               
Ésta es una historia que escribí para un concurso y por y para mi pareja de aquel entonces       C by C


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